Hace varias semanas, el Papa era viajero de alto coste en España. La Xunta de Galicia confesó que le costó tres millones de euros de dinero público que el Papa pasara unas horas en Santiago. La Generalitat no dio datos del coste de la estancia en Barcelona. Ignoramos el total.
Esto no va del Papa, sino de lo que cuesta viajar. No crean que hay ofertas y vuelos baratos. Desde que empezó la crisis que iba a acabar con el capitalismo bursátil y está devorando el estado de bienestar ha habido cinco cumbres del G-20, un foro de cooperación y consultas entre los países más poderosos para temas relacionados con el sistema financiero internacional. Esos viajes se pagan con los impuestos y ahora también con la bajada de los sueldos de los funcionarios.
Una de esas cumbres es como lo que era antes la boda de una hija por todo lo alto pero le suma al dispendio el insulto a un vecindario que ve su ciudad tomada policial y militarmente. Al principio, en esos cónclaves todo era voluntad cooperativa pero ahora cuanto más se reúnen más tienen al <<sálvese quien pueda>>. Llegan queriendo gravar mínimamente el movimiento de capitales para contener a los especuladores y, acaso por falta de oxígeno en la cumbre, regresan a casa defendiendo salarios más bajos, tiempos de cotización más altos, despidos libres y cosas así.
El G-20 puede hacer su próxima reunión donde quiera pero, mientras no actúe contra el casino virtual en que se ha convertido el planeta, no hay dónde ir. Es el desconcierto, ni se sabe dónde se está. Un mes se oye que esto no es Grecia; otro, que tampoco es Portugal; de golpe te enteras de que no estás en Irlanda. Nadie quita de detrás de la oreja la mosca de que esto va a acabar siendo España o Italia, porque lo dicen las apuestas.
No se sabe dónde se está, no hay dónde ir y da igual lo que se haga: si los apostadores ganan jugando a que pierdas es muy posible que pierdas.
Fuente: Levante EMV
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